Los botijos aragoneses se caracterizan por tener un cuerpo similar a un cántaro; la boca, situada en la parte superior, cerrada por una pieza horadada a modo de rejilla o colador; y presentan dos asas laterales y pitorro frontal. Se denominan también rallos o rajos, siendo el de Magallón su mejor exponente. Otras variantes, realizadas en alfares como los de Fuentes de Ebro, son la botija ginebro, de cuello más estilizado y alto, usada para llevar al campo durante la siega, y la botija pastora, con la boca en un lateral; en ella los pastores solían colocar tomillo para aromatizar el agua.