La alfarería aragonesa presenta una poderosa personalidad que se manifiesta tanto en las técnicas de elaboración, como en las formas y en la decoración. De entre las variadas influencias que pueden identificarse en la obra alfarera aragonesa, predomina la tradición mudéjar mantenida en muchos centros hasta el final de sus alfares.

Los diferentes usos de la producción alfarera aragonesa, tanto en tinajería como en cantarería u ollería, cubrieron la mayor parte de las necesidades domésticas de la sociedad tradicional. Sus funciones abarcaban desde el almacenamiento de líquidos y alimentos, a su transporte y medida; vasijas para la cocina y ajuar para la mesa. Pero también utensilios con fines higiénicos y sanitarios; para iluminar; para la cría de animales domésticos; para la arquitectura, etc. La obra alfarera estaba presente en todo el ciclo de la vida humana: desde el nacimiento y la infancia, hasta la boda, en las creencias y en la muerte.

Casi milagrosa debe considerarse la persistencia de la producción manual sin torno, en piezas de menor porte que las tinajas, en centros de las tres provincias aragonesas, hasta el final de los alfares. Pero señalar la singularidad de la alfarería aragonesa es hablar no sólo de la producción manual de cántaros, sino también de la espléndida tinajería, de los botijos rallo, de las pichelas pirenaicas. O también de ornamentación de las piezas, con pinturas en rojo, negro o morado; con engobes rojos o amarillos, con incisiones o impresiones diversas o con arcaicos cordones excisos.